TRES INTRODUCCIONES
PRIMERA INTRODUCCIÓN
En un momento de la historia patria en que a los políticos se los difama indiscriminadamente nada parece tan adecuado para desvirtuar generalización tan injusta como presentar a uno de ellos.
Hemos escogido a Bernardo Leighton, que ha participado durante casi medio siglo en la política chilena. Se trata, pues, de un actor y de un testigo. Su posición intransablemente democrática ha sido reafirmada en forma dramática durante el actual régimen militar, debiendo sufrir más de tres años de exilio y un atentado criminal que estuvo a punto de costarles la vida a él y a su esposa.
Su testimonio pone de relieve la concepción de la política como un servicio y como una vocación, inseparables de la vida misma.
En las páginas que ofrecemos al lector donde casi siempre habla personalmente su actor principal esperamos reflejar lo mejor posible la dimensión de su personalidad, de su pensamiento y del significado de su acción.
Para realizar este trabajo recurrimos a la grabadora, donde registramos muchas horas de conversación; a los archivos personales de Bernardo Leighton, quien nos permitió su revisión; a sus actuaciones y discursos públicos, que recogimos en la prensa y en las actas parlamentarias, al testimonio personal de terceros, relatándonos hechos recordados por ellos. A todos los que en una u otra forma, colaboraron a hacer posible este trabajo, agradecemos desde el fondo de nuestra alma.
Confiamos en que este esfuerzo constituya una contribución, aunque sea modesta, al nuevo despertar democrático de Chile.
OTTO BOYE
Santiago, Noviembre 1982
SEGUNDA INTRODUCCIÓN
El trabajo que tiene el lector en sus manos, sobre la vida de Bernardo Leighton, surge de una historia que ahora debo contarle, porque ya forma parte, también, de la trayectoria de su personaje central.
Todo comenzó en Roma durante el mes de abril de 1974. En dicha ocasión lo visité durante unos días y conversé largamente con él. Impactado por las noticias que llegaban de Chile (yo vivía en Alemania Federal desde Agosto de 1973) le pedí que me relatara una experiencia suya, la vivida durante la dictadura de Ibáñez (1927-1931), que podía arrojar luz sobre lo que sucedía ahora y sobre el posible curso de los acontecimientos en el futuro. Después de todo, él había sido testigo y actor, en su juventud, de un proceso donde los militares se habían involucrado a fondo en la política y en el cual habían sucedido cosas que tal vez podían compararse.
Bernardo aceptó el desafío y durante casi tres horas me contó una infinidad de hechos. Aparecieron allí personas y circunstancias que guardaban semejanzas con lo que acontecía ahora en Chile, pero también numerosas e importantes diferencias. Pensé que este político chileno insobornablemente demócrata, que sabía tanto sobre nuestra historia de los últimos cincuenta años, tenía el deber de escribir sus memorias. Se lo dije. Me respondió que lo había pensado, pero que se detenía ante una dificultad: la máquina de escribir. Sabía usarla, pero con demasiada lentitud. "Si avanzo una página al día es mucho...", me dijo medio en broma, pero también medio en serio.
Le expliqué que existían métodos más expeditos de trabajo. Le ofrecí mi colaboración para llevar a cabo este empeño grabando, en conversaciones periódicas, sus recuerdos, a fin de obtener de allí el material para un texto que él después sólo debería revisar y corregir.
Esa idea le gustó y aceptó. Me puse, pues, a la tarea de buscar la forma de cumplir esta meta.
Habría de pasar bastante tiempo y muchos sufrimientos antes de que pudiésemos empezar. Vino la prohibición de regresar al país, el atentado contra él y su señora, la larga convalecencia y la falta de contacto con sus archivos, fotos y otros recuerdos que habría necesitado para apoyarse en ellos. Todo conspiraba en contra de nuestra idea. Por mi parte, al planificar este trabajo, me di cuenta que me costaría un año de dedicación exclusiva, razón por la cual sólo podría realizarlo si conseguía una beca ad-hoc para esta finalidad. Aunque no me hice muchas ilusiones, redacté un proyecto e inicié una búsqueda.
Transcurrieron así varios años, hasta que Leighton fue autorizado para volver a Chile. Pensé, entonces, en una postergación indefinida, pues no tenía posibilidades de regresar a la patria todavía. Virtualmente opté por archivar esta idea y no la tenía in mente cuando en Diciembre de 1978 sonó el teléfono. Era Jorge Arrate, Director del Instituto para el Nuevo Chile, que se había creado recientemente en Rotterdam, Holanda, gracias a ideas y gestiones que alcanzara a realizar Orlando Letelier antes de ser asesinado en Washington. Me llamaba para comunicarme que el Instituto había tomado la decisión de iniciar su programa de investigaciones apoyando mi proyecto y que podía ir a Chile tan pronto me fuera posible. Lo sorpresivo hizo más emocionante y agradable esta noticia. Empecé a preparar de inmediato el viaje, que se verificó a fines de febrero. El lunes 5 de marzo de 1979 empezamos a conversar en Santiago, con grabadora encendida, Bernardo Leighton y yo, en sesiones matinales que se prolongaron por casi tres meses. El proyecto largamente conversado y soñado se hacía realidad.
Cumpliendo lo previsto, un año después le entregué personalmente, a mi inolvidable amigo Claudio Orrego, el manuscrito del libro, que titulé "Hermano Bernardo", para que lo publicara Editorial Aconcagua. Claudio, que era su director, me advirtió que podría haber dificultades, porque acababa de recibir una notificación gubernamental en que se volvía a poner en funciones el mecanismo de la censura previa de los libros. Esta advertencia se cumplió guardando silencio, pues nunca llegó una respuesta autorizando o rechazando su publicación en forma de libro.
Cuando regresé a Chile definitivamente, en octubre de 1982, la censura todavía no daba respuesta. Decidí entonces, buscar otro camino y fue así como el texto del libro pudo publicarse como contenido de un número especial de la revista "Análisis". Eso sucedió en diciembre de ese mismo año y la edición se agotó en poco tiempo. Pero quedaba pendiente el anhelo de que "Hermano Bernardo" se publicara en formato de libro. Hoy se cumple este deseo.
El texto ha sufrido pequeñas, pero significativas modificaciones. El material gráfico es más rico y se ha agregado un capítulo nuevo, que relata algunas actuaciones de Leighton en Chile realizadas después de su retorno al país hasta este momento. Quedaría mucho, muchísimo por añadir, si quisiera hacer algo completo. Lo ofrecido pretende sólo aproximarnos a una persona y a una etapa histórica ricas en lecciones y ejemplos válidos para hoy.
Agradezco el apoyo humano y material prestado por el Instituto para el Nuevo Chile, que hizo posible la investigación y posterior publicación de la primera edición en la forma relatada. Extiendo este agradecimiento a todas las personas e instituciones que han respaldado este esfuerzo y hoy, muy especialmente, a Editorial Aconcagua por hacer realidad la meta de editar este Libro.
OTTO BOYE
Santiago, Julio 1986
TERCERA INTRODUCCIÓN
Escribo bajo la emoción de la partida de Bernardo hacia la eternidad insondable y misteriosa. Ha fallecido el día 26 de enero de 1995, cuando ya se encaminaba a cumplir en agosto 86 años de fecunda vida. Aunque a esta edad la muerte puede llegar en cualquier momento, de todos modos se hizo presente en forma inesperada, rápida, prácticamente sin aviso previo.
Y así nos quedamos sin él. ¿Sin él? En verdad eso es impensable, porque es imposible. Su presencia ha comenzado a crecer -¡lo estamos viendo!- desde el instante mismo de su partida. Concluido su paso por esta tierra, el solo balance hecho por tantos desde los más diversos ángulos espirituales, culturales y políticos, ponen de relieve el hecho de que está vivo, dándonos ánimo, fuerza y esperanza en la lucha cotidiana por construir una sociedad mejor, más fraterna, más humana.
El texto que publicamos ahora tiene su historia, relatada en sus aspectos esenciales en las dos presentaciones escritas por Leighton -en 1982 la primera y en 1986 la segunda- y en las dos introducciones redactadas por mí en esos mismos años para las dos primeras ediciones. El contexto histórico explica alguna de sus características, como sacarlo primero como número especial de la revista "Análisis" en vísperas de la navidad de 1982 y publicarlo como libro sólo cuatro años después. Era la dictadura la que condicionaba estos pasos algo rebuscados. Ahora queremos entregarlo, como una forma de rendirle un homenaje muy especial, repasando parte de su vida en forma algo más detallada que lo permitido en los espacios siempre reducidos de los artículos, discursos y otras manifestaciones de esta misma índole. Su contenido constituye, quizás, una suerte de testamento político, aunque su verdadero legado se encontrará siempre en su vida toda, inabarcable e inalcanzable por la palabra escrita.
Leighton pensó seriamente redactar sus memorias, pues tenía muchísimo para contar. Algunas páginas, recogidas aquí en gran parte, alcanzaron a salir de sus manos. Sin embargo, fue el atentado el que, en definitiva, frenó este propósito y el que abrió el camino al trabajo que, con mucha satisfacción, publicamos por tercera vez.
Elaborarlo y escribirlo, fue una faena que recuerdo con intensidad y afecto hacia el matrimonio Leighton-Fresno. Fueron, en verdad, ambos, Bernardo Leighton y su esposa, Anita Fresno, quienes colaboraron, con una disciplina a toda prueba, para que esta obra se hiciese realidad. Aunque trabajé más horas con él, ella también me aclaró muchos puntos y siguió con interés algunas de nuestras largas conversaciones, haciendo siempre aportes valiosos. Fueron primero tres meses de trabajo continuo, salvo los sábados y domingos. Yo llegaba puntualmente a las diez de la mañana a su hogar y él ya estaba listo esperándome. Conversábamos un momento tratando de seguir -y a veces recuperar- un hilo basado en una minuta mínima. A ratos, cuando el tema lo merecía, encendíamos la grabadora y registrábamos su testimonio. A la una se terminaba esta forma de trabajar. Generalmente doña Anita nos ofrecía a esa hora un aperitivo de premio, que aceptábamos siempre. Aunque cada vez me invitaban a almorzar, no siempre aceptaba, porque aprovechaba de ir a reunirme y conversar con gente que podía aportarme otros antecedentes de su vida política. En todo caso, después de almuerzo iba a la Biblioteca Nacional o a la Biblioteca del Congreso -que seguía funcionando silenciosa, pero eficazmente- para leer sus intervenciones parlamentarias o revisar diarios y revistas de cada una de las etapas históricas en que le tocó actuar. Ahí aprovechaba de tomar apuntes o sacar fotocopias. Muchas veces regresaba a verlo nuevamente, no para someterlo de nuevo a un interrogatorio sistemático, pero sí para seguir conociéndolo mejor y conocer también a mucha gente que iba a verlo en las tardes. De aquí surgieron contactos de suma utilidad para este trabajo.
Después de tres meses, me retiré con todo el material a escribir la primera versión de "Hermano Bernardo". Volví a trabajar con él una vez que estuvo lista siete meses después. Empleamos cuatro semanas en su lectura y correcciones sobre la marcha, más otro tanto en introducir mejoras y nuevas informaciones, hasta lograr un manuscrito definitivo.
No olvidaré jamás el total de esos cinco meses de contacto directo con él. Lo vi contento de hacer lo que habíamos emprendido y totalmente seguro y convencido de su necesidad. No hubo jamás vacilación alguna al respecto, subrayando así su determinación de alcanzar la meta. En nuestras conversaciones, registradas sólo en una mínima parte, existieron por cierto confidencias no destinadas a la publicación, pero debo dar testimonio de que siempre hubo en él pureza, elevación y mucha grandeza de alma para juzgar y para opinar sobre las personas que había conocido. Incluso respecto a quienes habían atentado contra la vida propia y la de su esposa aludía sin rencor. A sus compañeros de partido los mencionaba con apelativos o modos simpáticos y cariñosos: el "flaco Frei", "Rrradomirr", "Jaime Casti", el "chico Zaldi", "Rafa Gumucio" y muchos más eran aludidos por él de esta manera. Cuando olvidaba los nombres de algunos de ellos, los describía con tal cantidad de detalles, que demostraba que su mala memoria sólo existía para recordar cómo se llamaban, pero no respecto de sus personas y de sus circunstancias. Todo este mundo de gente, casi formaba parte de su propia familia. Sabía la vida de cada uno y estaba siempre preocupado de cómo les estaba yendo. No temía por su seguridad, pero se inquietaba por la de todos los demás. La muerte de muchos de sus amigos más cercanos lo afectó siempre tremendamente. En esos momentos, no le daban las fuerzas para ir a sus funerales y buscaba otro modo de manifestarle su dolor a sus parientes y amigos cercanos.
De los fundadores de la Falange, Leighton ha sido uno de los últimos en dejarnos. La enorme responsabilidad de los que continuamos creyendo en los valores que él encarnó en forma tan integral consiste en ser capaces de seguirlos practicando fielmente. Si pudiéramos acercarnos medianamente siquiera a ese ideal, el destino entero de Chile sería mejor, porque la sociedad toda se haría más fraterna, más sobria, menos materialista, más justa y más solidaria. La vida de Leighton nos convoca a ello.
Las páginas siguientes, que inevitablemente sufrieron, no sólo en su forma, como ya se dijo, sino también en su contenido, la influencia de la situación histórica que se vivía al escribirlas (1979-1980), conservan no obstante, en la medida en que hayan sido capaces de reflejar fielmente a su personaje central, plena vigencia en casi todas sus partes. De allí que las presentemos sin cambios, salvo pequeñas correcciones y unas pocas notas explicatorias más, colocadas ahora al final. No nos queda sino desear que el lector obtenga provecho de su lectura atenta, agradeciendo, una vez más, a todos los que en una u otra forma, han hecho posible esta tercera edición.
OTTO BOYE
La Haya, Febrero de 1995.
PRIMERA INTRODUCCIÓN
En un momento de la historia patria en que a los políticos se los difama indiscriminadamente nada parece tan adecuado para desvirtuar generalización tan injusta como presentar a uno de ellos.
Hemos escogido a Bernardo Leighton, que ha participado durante casi medio siglo en la política chilena. Se trata, pues, de un actor y de un testigo. Su posición intransablemente democrática ha sido reafirmada en forma dramática durante el actual régimen militar, debiendo sufrir más de tres años de exilio y un atentado criminal que estuvo a punto de costarles la vida a él y a su esposa.
Su testimonio pone de relieve la concepción de la política como un servicio y como una vocación, inseparables de la vida misma.
En las páginas que ofrecemos al lector donde casi siempre habla personalmente su actor principal esperamos reflejar lo mejor posible la dimensión de su personalidad, de su pensamiento y del significado de su acción.
Para realizar este trabajo recurrimos a la grabadora, donde registramos muchas horas de conversación; a los archivos personales de Bernardo Leighton, quien nos permitió su revisión; a sus actuaciones y discursos públicos, que recogimos en la prensa y en las actas parlamentarias, al testimonio personal de terceros, relatándonos hechos recordados por ellos. A todos los que en una u otra forma, colaboraron a hacer posible este trabajo, agradecemos desde el fondo de nuestra alma.
Confiamos en que este esfuerzo constituya una contribución, aunque sea modesta, al nuevo despertar democrático de Chile.
OTTO BOYE
Santiago, Noviembre 1982
SEGUNDA INTRODUCCIÓN
El trabajo que tiene el lector en sus manos, sobre la vida de Bernardo Leighton, surge de una historia que ahora debo contarle, porque ya forma parte, también, de la trayectoria de su personaje central.
Todo comenzó en Roma durante el mes de abril de 1974. En dicha ocasión lo visité durante unos días y conversé largamente con él. Impactado por las noticias que llegaban de Chile (yo vivía en Alemania Federal desde Agosto de 1973) le pedí que me relatara una experiencia suya, la vivida durante la dictadura de Ibáñez (1927-1931), que podía arrojar luz sobre lo que sucedía ahora y sobre el posible curso de los acontecimientos en el futuro. Después de todo, él había sido testigo y actor, en su juventud, de un proceso donde los militares se habían involucrado a fondo en la política y en el cual habían sucedido cosas que tal vez podían compararse.
Bernardo aceptó el desafío y durante casi tres horas me contó una infinidad de hechos. Aparecieron allí personas y circunstancias que guardaban semejanzas con lo que acontecía ahora en Chile, pero también numerosas e importantes diferencias. Pensé que este político chileno insobornablemente demócrata, que sabía tanto sobre nuestra historia de los últimos cincuenta años, tenía el deber de escribir sus memorias. Se lo dije. Me respondió que lo había pensado, pero que se detenía ante una dificultad: la máquina de escribir. Sabía usarla, pero con demasiada lentitud. "Si avanzo una página al día es mucho...", me dijo medio en broma, pero también medio en serio.
Le expliqué que existían métodos más expeditos de trabajo. Le ofrecí mi colaboración para llevar a cabo este empeño grabando, en conversaciones periódicas, sus recuerdos, a fin de obtener de allí el material para un texto que él después sólo debería revisar y corregir.
Esa idea le gustó y aceptó. Me puse, pues, a la tarea de buscar la forma de cumplir esta meta.
Habría de pasar bastante tiempo y muchos sufrimientos antes de que pudiésemos empezar. Vino la prohibición de regresar al país, el atentado contra él y su señora, la larga convalecencia y la falta de contacto con sus archivos, fotos y otros recuerdos que habría necesitado para apoyarse en ellos. Todo conspiraba en contra de nuestra idea. Por mi parte, al planificar este trabajo, me di cuenta que me costaría un año de dedicación exclusiva, razón por la cual sólo podría realizarlo si conseguía una beca ad-hoc para esta finalidad. Aunque no me hice muchas ilusiones, redacté un proyecto e inicié una búsqueda.
Transcurrieron así varios años, hasta que Leighton fue autorizado para volver a Chile. Pensé, entonces, en una postergación indefinida, pues no tenía posibilidades de regresar a la patria todavía. Virtualmente opté por archivar esta idea y no la tenía in mente cuando en Diciembre de 1978 sonó el teléfono. Era Jorge Arrate, Director del Instituto para el Nuevo Chile, que se había creado recientemente en Rotterdam, Holanda, gracias a ideas y gestiones que alcanzara a realizar Orlando Letelier antes de ser asesinado en Washington. Me llamaba para comunicarme que el Instituto había tomado la decisión de iniciar su programa de investigaciones apoyando mi proyecto y que podía ir a Chile tan pronto me fuera posible. Lo sorpresivo hizo más emocionante y agradable esta noticia. Empecé a preparar de inmediato el viaje, que se verificó a fines de febrero. El lunes 5 de marzo de 1979 empezamos a conversar en Santiago, con grabadora encendida, Bernardo Leighton y yo, en sesiones matinales que se prolongaron por casi tres meses. El proyecto largamente conversado y soñado se hacía realidad.
Cumpliendo lo previsto, un año después le entregué personalmente, a mi inolvidable amigo Claudio Orrego, el manuscrito del libro, que titulé "Hermano Bernardo", para que lo publicara Editorial Aconcagua. Claudio, que era su director, me advirtió que podría haber dificultades, porque acababa de recibir una notificación gubernamental en que se volvía a poner en funciones el mecanismo de la censura previa de los libros. Esta advertencia se cumplió guardando silencio, pues nunca llegó una respuesta autorizando o rechazando su publicación en forma de libro.
Cuando regresé a Chile definitivamente, en octubre de 1982, la censura todavía no daba respuesta. Decidí entonces, buscar otro camino y fue así como el texto del libro pudo publicarse como contenido de un número especial de la revista "Análisis". Eso sucedió en diciembre de ese mismo año y la edición se agotó en poco tiempo. Pero quedaba pendiente el anhelo de que "Hermano Bernardo" se publicara en formato de libro. Hoy se cumple este deseo.
El texto ha sufrido pequeñas, pero significativas modificaciones. El material gráfico es más rico y se ha agregado un capítulo nuevo, que relata algunas actuaciones de Leighton en Chile realizadas después de su retorno al país hasta este momento. Quedaría mucho, muchísimo por añadir, si quisiera hacer algo completo. Lo ofrecido pretende sólo aproximarnos a una persona y a una etapa histórica ricas en lecciones y ejemplos válidos para hoy.
Agradezco el apoyo humano y material prestado por el Instituto para el Nuevo Chile, que hizo posible la investigación y posterior publicación de la primera edición en la forma relatada. Extiendo este agradecimiento a todas las personas e instituciones que han respaldado este esfuerzo y hoy, muy especialmente, a Editorial Aconcagua por hacer realidad la meta de editar este Libro.
OTTO BOYE
Santiago, Julio 1986
TERCERA INTRODUCCIÓN
Escribo bajo la emoción de la partida de Bernardo hacia la eternidad insondable y misteriosa. Ha fallecido el día 26 de enero de 1995, cuando ya se encaminaba a cumplir en agosto 86 años de fecunda vida. Aunque a esta edad la muerte puede llegar en cualquier momento, de todos modos se hizo presente en forma inesperada, rápida, prácticamente sin aviso previo.
Y así nos quedamos sin él. ¿Sin él? En verdad eso es impensable, porque es imposible. Su presencia ha comenzado a crecer -¡lo estamos viendo!- desde el instante mismo de su partida. Concluido su paso por esta tierra, el solo balance hecho por tantos desde los más diversos ángulos espirituales, culturales y políticos, ponen de relieve el hecho de que está vivo, dándonos ánimo, fuerza y esperanza en la lucha cotidiana por construir una sociedad mejor, más fraterna, más humana.
El texto que publicamos ahora tiene su historia, relatada en sus aspectos esenciales en las dos presentaciones escritas por Leighton -en 1982 la primera y en 1986 la segunda- y en las dos introducciones redactadas por mí en esos mismos años para las dos primeras ediciones. El contexto histórico explica alguna de sus características, como sacarlo primero como número especial de la revista "Análisis" en vísperas de la navidad de 1982 y publicarlo como libro sólo cuatro años después. Era la dictadura la que condicionaba estos pasos algo rebuscados. Ahora queremos entregarlo, como una forma de rendirle un homenaje muy especial, repasando parte de su vida en forma algo más detallada que lo permitido en los espacios siempre reducidos de los artículos, discursos y otras manifestaciones de esta misma índole. Su contenido constituye, quizás, una suerte de testamento político, aunque su verdadero legado se encontrará siempre en su vida toda, inabarcable e inalcanzable por la palabra escrita.
Leighton pensó seriamente redactar sus memorias, pues tenía muchísimo para contar. Algunas páginas, recogidas aquí en gran parte, alcanzaron a salir de sus manos. Sin embargo, fue el atentado el que, en definitiva, frenó este propósito y el que abrió el camino al trabajo que, con mucha satisfacción, publicamos por tercera vez.
Elaborarlo y escribirlo, fue una faena que recuerdo con intensidad y afecto hacia el matrimonio Leighton-Fresno. Fueron, en verdad, ambos, Bernardo Leighton y su esposa, Anita Fresno, quienes colaboraron, con una disciplina a toda prueba, para que esta obra se hiciese realidad. Aunque trabajé más horas con él, ella también me aclaró muchos puntos y siguió con interés algunas de nuestras largas conversaciones, haciendo siempre aportes valiosos. Fueron primero tres meses de trabajo continuo, salvo los sábados y domingos. Yo llegaba puntualmente a las diez de la mañana a su hogar y él ya estaba listo esperándome. Conversábamos un momento tratando de seguir -y a veces recuperar- un hilo basado en una minuta mínima. A ratos, cuando el tema lo merecía, encendíamos la grabadora y registrábamos su testimonio. A la una se terminaba esta forma de trabajar. Generalmente doña Anita nos ofrecía a esa hora un aperitivo de premio, que aceptábamos siempre. Aunque cada vez me invitaban a almorzar, no siempre aceptaba, porque aprovechaba de ir a reunirme y conversar con gente que podía aportarme otros antecedentes de su vida política. En todo caso, después de almuerzo iba a la Biblioteca Nacional o a la Biblioteca del Congreso -que seguía funcionando silenciosa, pero eficazmente- para leer sus intervenciones parlamentarias o revisar diarios y revistas de cada una de las etapas históricas en que le tocó actuar. Ahí aprovechaba de tomar apuntes o sacar fotocopias. Muchas veces regresaba a verlo nuevamente, no para someterlo de nuevo a un interrogatorio sistemático, pero sí para seguir conociéndolo mejor y conocer también a mucha gente que iba a verlo en las tardes. De aquí surgieron contactos de suma utilidad para este trabajo.
Después de tres meses, me retiré con todo el material a escribir la primera versión de "Hermano Bernardo". Volví a trabajar con él una vez que estuvo lista siete meses después. Empleamos cuatro semanas en su lectura y correcciones sobre la marcha, más otro tanto en introducir mejoras y nuevas informaciones, hasta lograr un manuscrito definitivo.
No olvidaré jamás el total de esos cinco meses de contacto directo con él. Lo vi contento de hacer lo que habíamos emprendido y totalmente seguro y convencido de su necesidad. No hubo jamás vacilación alguna al respecto, subrayando así su determinación de alcanzar la meta. En nuestras conversaciones, registradas sólo en una mínima parte, existieron por cierto confidencias no destinadas a la publicación, pero debo dar testimonio de que siempre hubo en él pureza, elevación y mucha grandeza de alma para juzgar y para opinar sobre las personas que había conocido. Incluso respecto a quienes habían atentado contra la vida propia y la de su esposa aludía sin rencor. A sus compañeros de partido los mencionaba con apelativos o modos simpáticos y cariñosos: el "flaco Frei", "Rrradomirr", "Jaime Casti", el "chico Zaldi", "Rafa Gumucio" y muchos más eran aludidos por él de esta manera. Cuando olvidaba los nombres de algunos de ellos, los describía con tal cantidad de detalles, que demostraba que su mala memoria sólo existía para recordar cómo se llamaban, pero no respecto de sus personas y de sus circunstancias. Todo este mundo de gente, casi formaba parte de su propia familia. Sabía la vida de cada uno y estaba siempre preocupado de cómo les estaba yendo. No temía por su seguridad, pero se inquietaba por la de todos los demás. La muerte de muchos de sus amigos más cercanos lo afectó siempre tremendamente. En esos momentos, no le daban las fuerzas para ir a sus funerales y buscaba otro modo de manifestarle su dolor a sus parientes y amigos cercanos.
De los fundadores de la Falange, Leighton ha sido uno de los últimos en dejarnos. La enorme responsabilidad de los que continuamos creyendo en los valores que él encarnó en forma tan integral consiste en ser capaces de seguirlos practicando fielmente. Si pudiéramos acercarnos medianamente siquiera a ese ideal, el destino entero de Chile sería mejor, porque la sociedad toda se haría más fraterna, más sobria, menos materialista, más justa y más solidaria. La vida de Leighton nos convoca a ello.
Las páginas siguientes, que inevitablemente sufrieron, no sólo en su forma, como ya se dijo, sino también en su contenido, la influencia de la situación histórica que se vivía al escribirlas (1979-1980), conservan no obstante, en la medida en que hayan sido capaces de reflejar fielmente a su personaje central, plena vigencia en casi todas sus partes. De allí que las presentemos sin cambios, salvo pequeñas correcciones y unas pocas notas explicatorias más, colocadas ahora al final. No nos queda sino desear que el lector obtenga provecho de su lectura atenta, agradeciendo, una vez más, a todos los que en una u otra forma, han hecho posible esta tercera edición.
OTTO BOYE
La Haya, Febrero de 1995.
Posted by Otto Boye 13:47 0 comentarios
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